He quedado a comer con mi jefe. Le apasiona la cocina exótica, así que hemos ido al restaurante más extraño de la ciudad. He accedido a que él elija la comida. Espero no tener que arrepentirme.
Estamos en el restaurante, nos sentamos en una mesa vacía y esperamos a que nos atiendan. No tarda en llegar el camarero. Mi jefe pide la comida mientras yo me tapo los oídos para darle más misterio al asunto.
Un rato después me sirven un plato tapado. Lentamente lo abro, una nube de vapor me llega a la cara nublándome la vista. Huelo a carne recién asada. Cuando lo descubro del todo se me hace la boca agua.
Es un trozo de carne rosa, la gruesa piel que lo cubre brilla empapada en su propio jugo. Al lado hay un vegetal blanco verdoso cortado en finas tiras.
Corto un trozo, el cuchillo penetra en la carne como si de mantequilla se tratase. Me lo meto en la boca, tiene una textura blanda y es jugosa, la piel tiene un sabor dulce, pero no empalaga, es crujiente y sin embargo blanda, puedo oír un sonido maravilloso al masticarla. Noto como me baja por la garganta: es suave y aceitosa, pero sin pasarse, justo como a mí me gusta.
Tomo otro trozo, y otro, y otro, cada vez está más rica. Su sabor mejora a cada bocado. La carne se deshace en pequeñas hebras de maravilloso sabor dulce. Al final, cómo no, se acaba. Me como las verduras que, empapadas en salsa, aún me recuerdan al exquisito sabor se la carne. Le pregunto a mi jefe por su comida, al no recibir respuesta alguna levanto la mirada, su silla está vacía, en su plato una nota. La leo:
Me he ido porque no me hacías caso, pero no te preocupes, no me he enfadado. Ah, por cierto, esta comida era para decirte que te he ascendido. ¡Felicidades!
Para celebrarlo llamo al camarero y le pido otra ración.
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