jueves, 22 de noviembre de 2012

VIOLETA EN CASA DE SU AMIGA

 



Ding, dong. Violeta llamó al timbre del portal. Había quedado con una amiga. Era viernes por la tarde. Esperaba llegar a su casa a tiempo para quemar naranjas. Tenía preparada una obra de teatro con naranjas en las que se hacían hogueras enormes para matar brujas. Le abrieron la puerta, en las escaleras había un cartel que ponía “Escalera en mantenimiento. Usar el ascensor” No, no, no y no. No pensaba usar el ascensor, desde aquella vez con cinco años, cuando se había quedado encerrada cinco horas en uno, no había vuelto a usar uno de esos armarios diabólicos, y menos sola. Llamó a su amiga, y le dijo que bajara, que no podía subir sola. Su amiga estaba ocupada ¡Puff! Lentamente se acercó a la terrible puerta metálica, y temblando pulsó el botón. No tardó en llegar. Las puertas se abrieron con un sonido que hizo que se le erizaran todos los pelos del cuerpo. Entro sin prisa y pulsó el botón del piso adecuado, dios mío, era el séptimo. Las puertas se cerraron, y la caja empezó a subir. Cerró los ojos, agarró su bolso morado y se mordió el labio inferior. En cada piso un pitido le sacaba una lágrima de pánico. Al fin llegó arriba. Salió corriendo, aún temblando y llamó a la puerta de la casa. Se secó las lágrimas con la manga antes de que le abrieran. En cuento entró ahogó un grito. La casa estaba impoluta y ordenada. Parecía como si acabase de comprar la casa y todos los muebles hubieran sido puestos minutos antes.
Intentó tranquilizarse y se sentó en el incómodo sofá. Estuvieron hablando durante horas, bueno, en realidad solo hablaba Patricia, pero Violeta no estaba escuchando, no le importaba cuanto le habían costado los zapatos que llevaba, o lo con quien se había tenido un hijo la peluquera del barrio. Era demasiado superficial para ella. Miró el reloj. Chilló histérica. Se le había pasado la hora de quemar naranjas. Loca como estaba cogió una manzana de su bolso y se la lanzó a Patricia a la cara. Esta cayó al suelo inconsciente y sangrando. Le quitó los zapatos -sería superficial, pero eran bonitos- Y se fue corriendo. Bajó por las escaleras, pero se resbaló con la pintura fresca. Se dio contra un escalón y se desmayó. Cuando despertó, minutos después, tenía una araña enorme y peluda sobre la cara. Aulló como una descosida, la agarró y la lanzó lejos. Se fue corriendo a su casa. 
No podía seguir en el país, seguro que Patricia la demandaba. Lanzó un dardo a su mapamundi, y este dio en Mykonos, Grecia. Compró por Internet un billete de avión a ese sitio, escribió una carta dramática a su exnovio Jaime, que estaba a punto de casarse. Hizo la maleta con las cosas imprescindibles que necesitaría para rehacer su vida y fue al aeropuerto lo más rápido que pudo. Acababa de fastidiar su vida en menos de tres horas.

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