Laura y Sara corrían por el pasillo. Era un pasillo deforme e interminable, a ambos lados, miles de puertas de distintos tamaños, formas y colores iban apareciendo a medida que ellas corrían. Llegaron al final del pasillo. Ante ellas se extendía un profundo precipicio. Las dos dirigieron la mano al mismo pomo de la misma puerta. Una redonda, azul y cubierta de pelo que olía a mar. Estaba cerrada. Laura sacó una llave azul del gran bolsillo de su vestido y la metió en la cerradura con forma de pez. La abrió y se metieron corriendo por ella. Agua. Peces. Conchas. Algas. Se encontraban en el fondo del mar. Echaron a correr, hasta llegar a una alambrada. En ella un gran cartel metálico con los bordes oxidados rezaba “Sólo animales marinos”. Nadaron por encima de la verja y cruzaron al otro lado. Siguieron corriendo hasta que llegaron al gimnasio. Entraron. Allí, una infinidad de peces y otros animales marinos se ejercitaban con complicadas máquinas. A un pulpo se le cayó una de las pesas que estaba utilizando, y esta rodó hasta pararse delante de un espejo. Sara la siguió con la mirada. Miró al espejo, allí estaba. <<Papá>> susurró. Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y sacó una llave transparente. La introdujo en una grieta en el cristal y le dio dos vueltas. Este empezó a ablandarse. Y por fin, un hombre con una llave de oro colgada del cuello salió sonriendo e la prisión en la que había estado encerrado tantos años.
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