jueves, 22 de noviembre de 2012

EL LIBRO PROHIBIDO

 Estaba asustado, nervioso, algo traumatizado cuando llegué. Era la primera vez que veía a mi abuelo materno. Cuando fue a recogerme a la comisaría de Londres para llevarme con él yo no estaba digamos muy conversador. Mis padres acababan de morir en un accidente de avión. Mi padre era arqueólogo y mi madre fotógrafa. Viajaban juntos alrededor del mundo. Yo siempre me quedaba solo en casa. Nunca más de una semana. Y cuando volvían siempre me llevaban al circo, para compensar el tiempo perdido. Habían prometido que cuando cumpliera catorce años me llevarían con ellos. Jamás pudieron cumplir su promesa. Lo único que me quedaba de ellos era una llave que al parecer mi madre me había regalado cuando no era más que un bebé.  Todo lo demás lo había dejado en casa. Mi abuelo George no me había dejado coger nada. No teníamos tiempo, pues debíamos coger el avión a Irlanda. Me llevó a su casa, una gigantesca mansión en el campo en la que vivía prácticamente solo. Las únicas personas del servicio que dormían allí eran el ama de llaves y el jardinero. Era un antiguo palacio con grandes salones, numerosas habitaciones, frondosos jardines y una gigantesca biblioteca con cientos de estanterías repletas de libros. Y ahí, en esa gran habitación fue donde empezó todo. Yo solía pasarme las tardes en la biblioteca leyendo, ya que no había muchas otras actividades con las que distraerse. Mis libros favoritos eran los del área destinada a la fantasía. Cuando terminé el libro que estaba leyendo “Alicia en el país de las maravillas” fui a dejarlo en su sitio. Al ponerlo, la madera de la balda se hundió y sonó un tintineo metálico. Tras una serie de sonidos de engranajes y otras piezas de maquinaria, oí un ruido en la mesa de lectura más cercana a mí. Un cajón de madera se había abierto saliendo de donde estaba escondido, dentro del grueso tablón. Saqué lo que había dentro y cerré el cajón, que volvió a esconderse como si nunca hubiera sido abierto. Observé lo que tenía en la mano, un objeto rectangular envuelto en un pañuelo de tela. Lo puse encima de la mesa y lo destapé. Era un libro de tapas duras cubiertas de cuero. Una cintas rojas lo cerraban con un pegote de lacre con las letras GO: Probablemente las iniciales de mi abuelo. Rompí el lacre y quité las cintas. Una segunda protección lo cerraba, en el lado opuesto al lomo, un candado lo protegía de ser leído. Estaba claro que yo no poseía la llave, o tal vez sí. Por probar no pasaba nada. Cogí la llave de mi madre, que siempre llevaba colgando del cuello y la metí dentro de la pequeña cerradura. Abría el libro, de pronto una brisa procedente de él me golpeó en la cara. Un olor a flores frescas me entró por la nariz y me sentí absorbido por el libro. Aparecí en un bosque, y caí de rodillas al suelo. Me levanté y me sacudí el polvo. Oí un ruido entre los arbustos y dirigí allí mi mirada. Numerosos ojos de distinto tamaño se abrían y se cerraban entre las hojas. De pronto los dueños de aquellos ojos salieron de ente los matorrales. Hadas, duendes, gnomos, enanos, ninfas, sílfides y otras muchas criaturas de cuento salieron de entre las ramas. Todos a la vez se arrodillaron en el suelo.

-Bienvenido de nuevo príncipe George- dijeron a una.

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