jueves, 22 de noviembre de 2012

MÚSICA EN EL METRO

 Ese sábado, Iciar se levantó por la mañana y decidió que aquel día todo iba a cambiar.

Se puso sus leggins más cómodos, una falda y una camiseta. Sus calcetines de la suerte a rayas de colores y sus zapatillas deportivas. Las más apropiadas para una aventura como aquella. Se recogió el pelo con unas pinzas, y se puso su anillo de tonos marrones. Siempre se lo ponía cuando tocaba. Al verlo en sus manos le relajaba, y evitaba que se equivocara. Se maquilló, debía estar guapa. Metió en una mochila partituras, un bocadillo y otras cosas necesarias. Por último agarró la funda de Yamaha donde guardaba su flauta. Se abrigó bien, y fue al metro. Se sentó y esperó. Pero de pronto le entró miedo. Miedo a que nadie quisiera escucharla, de que a nadie le gustara su música. Miedo a fracasar, a o poder cumplir su sueño. Miedo a volver a su monótona vida de siempre. Arrugó la cara. Pero pensó, pensó en todas las veces que había tocado, las veces en las que su público había aplaudido. Miró su anillo y sonrió. Colocó la mochila en su regazo y las manos sobre esta. Debía proteger sus partituras. Esos simples trozos de papel pintarrajeados por ella misma eran lo único que le libraba de todos su aburridos días programando ordenadores.
El metro llegó a Ópera, ella se bajó. ¿Qué mejor estación que esa para empezar su nueva vida como música callejera?

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