Edna estaba apoyada en la barandilla mirando el mar. ¡Qué azul era! Esa gran masa de agua era una de las pocas cosas que la relajaba. Olía a sal, a algas y a peces, sin embargo, amaba esa fragancia. Nada que ver con el olor que acababa de dejar al salir del barco. Todos los perfumes que las personas que allí había se habían echado, para disimular su olor personal, un olor tan sólido que se podía cortar con un cuchillo. Por eso odiaba viajar en barco, aunque le encantaba el mar, pero era necesario para su trabajo. Debía robar el diamante que esa noche exponían en el salón principal. No debía entretenerse más con el agua que la rodeaba, no la pagaban para oler.
Por detrás de ella pasó caminando una mujer, no tuvo que darse la vuelta para enterarse, porque una nube de perfume le invadió de pronto. Era asqueroso, el fabricante parecía haber intentado hacer una colonia de flores, pero parecía que se lee habían podrido. Era un olor nauseabundo que mareaba, entraba por la nariz y te quemaba los senos, si no pasaba pronto se le acabaría derritiendo el cerebro.
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