Querido Jaime:
Hace mucho tiempo de aquello, cuando la traición envenenó la copa de amor de la que los dos bebíamos, si…
Te han pasado muchas cosas nuevas, has intentado cambiar, pero es imposible, dices que lo has olvidado, crees que lo has hecho, pero no. Todavía una pequeña llama en el fondo de tu corazón, encerrada en una caja de mentiras, todavía no se ha apagado, por mí. Como me dijiste, aquella tarde en el parque aquel poema de Bécquer. De memoria y mirándome a los ojos recitaste:
“Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal;
Podrá la muerte cubrirme
Con su fúnebre crespón.
Pero jamás en mí
Podrá apagarse la llama de tu amor.”
Entonces yo empecé a llorar, tú me agarraste la cabeza y me besaste con pasión, como nunca nadie lo había hecho jamás. Desde ese momento el árbol bajo el que estábamos sentados paso a ser nuestro árbol. El árbol en el que nos conocimos, el árbol en el que nos besamos, el árbol en el que nos amamos . Pensé que eso significaba algo para ti, pensé que lo que me decían todos era mentira, que era imposible que te hubieran visto allí… con otra. No podías haberme engañado, y profanado nuestro lugar haciendo algo que ni siquiera habías hecho conmigo. Las palabras de la gente estallaban en mí como fuegos artificiales de profunda agonía, y lloré, lloré como nunca lo había hecho, igual una niña pequeña, durante quién sabe cuantos días.
Pero no importa, porque yo sí que he conseguido olvidarlo, aunque siga pensando en ti. Estoy a punto de rehacer mi vida yéndome esta noche a Mykonos, Grecia. Pero, por favor, cuando estés mañana en el altar a punto de dar el gran paso, el que nuca quisiste dar conmigo, piensa en mí.
Desde Rusia con amor
Violeta
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