jueves, 22 de noviembre de 2012

ANDREA, LA ROJA

 -Andrea, ¡baja ya a desayunar! Tengo algo importante que decirte

Una chica de pelos marrones con un pijama rojo se revolvió en la cama con sueño.
-Mmmhhh ya…aaaa… voy- bostezó mientras buscaba las zapatillas de felpa roja que debían estar en alguna parte del suelo. Como al final no las encontró bajó descalza.
Andrea entró en la cocina y se sentó en la mesa. Cogió la caja de cereales y se echó unos en su bol de cerámica roja.
-¿Qué tenías que decirme?
-Ah, sí… es verdad- contestó su madre despistada- mira, tengo que irme a trabajar y no puedo hacerlo yo, pero como tú tienes fiesta hoy..., bueno, tienes que ir al bosque que está a las afueras de la ciudad, ya sabes, dónde vive mi madr… es decir, la abuela y llevarle esta cesta. Tiene unos bollos caseros y medicinas para su enfermedad. Ah, y ya sabes, en este bosque hay muchos animales salvajes, y algunas personas indeseables. Pero si vas por el camino de tierra no se acercaran a ti. De todas formas, ten el teléfono a mano por si ocurre algo.
-Claro mamá, lo que sea por la abuela.
  
Y allí estaba ella, media hora después bajando las escaleras del portal de su casa. Vestía con un vestido de algodón rojo, y unas botas altas de cuero rojizo hasta la rodilla. Era invierno, y en esa parte de Francia solía hacer mucho frío, por eso llevaba también un abrigo grueso de color rojo y un gorro del mismo color, que precisamente, le había hecho su abuela.
Andrea cogió el autobús cerca de su casa. Se sabía de memoria el camino hacia casa de su abuela. Lo había hecho millones de veces. Cada tres meses le llevaba medicinas que compraba su madre, ya que no podía moverse hasta la ciudad. Hacía unos años, después de jubilarse, su abuela se había comprado una casa en el bosque, ya que el médico le había dicho que se fuera a vivir al campo porque el aire puro le haría bien a sus pulmones. Andrea siempre había odiado ese vicio de su abuela por fumar, pero por fin ahora habían conseguido que lo dejara.
Cuando llegó a su parada se bajó del autobús y camino por el borde del río Loira durante un rato. Fue a un quiosco cercano y compró el periódico. A su abuela le gustaba estar informada, y por eso se podía tirar horas hablando por teléfono con su nieta, a quién adoraba, quejándose de lo aburrida que era su vida, y lo que echaba de menos el bullicio de la ciudad.
La chica llegó a los límites de la metrópoli y entró en el bosque. De pronto todo el ruido de los coches, la gente hablando y demás desapareció por completo. Ya solo se oía el trino de los pájaros y el silbido del viento pasando a través de los árboles. Andrea empezó a caminar, amaba ese bosque. Parecía el extracto de un mundo maravilloso, pues incluso en invierno había flores. Y precisamente se agachó a recoger unas pocas para dárselas a su abuela, así daría un poco de olor a esa pestilente habitación en la que dormía.
Estaba tan tranquila paseando cuando de repente un hombre barbudo salió de detrás de un árbol y le sonrío con una dentadura ausente. Parecía un mendigo de esos que se refugiaban en el bosque para dormir. Esos de los que su madre le había prevenido tantas veces. Pero Andrea no pensaba en eso, sentía pena por aquel hombre. Y ese intento de sonrisa le había llenado el corazón de esperanza.
<<Qué peludo es este hombre, tiene todo el cuerpo cubierto de pelos>>
-Hola chica, ¿Qué ha llevado a una chica tan guapa como tú a entrar en este bosque tan peligroso, lleno de fieras que podrían arrancarte los ojos por una cesta con tan buen olor?
-Eh…verá usted señor. Yo… voy a casa de su abuela, y en esta cesta tengo medicamentos y bollos caseros para ella.
-Mmmm, si no fuera tan buena persona te robaría uno de esos apetitosos bollos- comentó mientras se relamía los labios.- Por cierto, ¿dónde vive tu abuela?
-En el bosque, tiene una casa en un claro
-Ah, sí, ya me acuerdo, mi cueva está por ahí cerca.
-Bueno, ha sido un placer conocerle señor, pero será mejor que me vaya. Debo volver antes de que amanezca.
-Puedo ayudarte en eso, ves este cruce, tú siempre vas por el camino de la izquierda, ¿verdad?
-Sí, es el único camino que conozco
-Verás, el de la derecha es un atajo que te llevará en la mitad de tiempo.
-Me gustaría utilizarlo, pero es que tengo un poco de miedo ir sola, ¿no podría usted venir conmigo? Además, seguro que usted, como es un adulto puede darle una charla más interesante a mi abuela. No creo que le importe que se quede a merendar.
-Lo siento mucho guapa, es que tengo que pasar por mi cueva para coger una cosa y no puedo acompañarte porque se va por el camino de la izquierda. Pero si quieres nos vemos allí, sólo que tendrás que esperarme, porque ya sabes, voy a tardar más.
-Está bien, bueno, adiós
Andrea emprendió el camino por el sendero de la derecha, y el hombre fue por el de la izquierda. Le había dicho a la niña que era más corto, pero en realidad le había mentido. Ella tardaría más que él. Sin embargo, el hombre quiso asegurarse, y fue corriendo. Cuando llegó a la casa de su abuela llamó al timbre y esperó.
-¿Quién es?- preguntó una voz anciana en algún lugar de la gran mansión.
El hombre puso la voz más aguda que pudo y contestó:
-Soy yo, tu nieta
-¿Y por qué tienes esa voz tan rara?
-Es que he venido corriendo, y estoy jadeando.
-Está bien, pasa.
Se oyó un pitido y la puerta se abrió.
El hombre entró, dejó la puerta abierta, y se puso a rebuscar por todas las habitaciones. Encontró a la abuela tumbada en la cama leyendo. Sin que ella le viera, cogió una manta que había en el suelo, y tapó a la anciana para que no pudiera gritar. La sacó de la cama, la metió en el armario, y cerró con llave. Luego, rápidamente, antes de que viniera Andrea, cogió un camisón, se metió unos cojines de relleno, se maquilló como una mujer, se puso una peluca que había cogido de su cueva, un gorro de dormir y se tumbó en la cama con el libro.
Un rato después llegó Andrea. No vio al hombre, y pensó que aún no había llegado. Al ver la puerta abierta entró y fue al dormitorio de su abuela para esperarle allí.
-Hola abu- exclamó mientras se acercaba a darle un beso.
-No, no, no te acerques, estoy enferma y no quiero contagiarte nada.
-Um, vaya, ojala te mejores pronto. Por cierto. Te he traído unas medicinas y unos bollos caseros que ha hecho mi madre para ti.
-Qué amable por su parte…
-Oye abu, tienes el pelo más oscuro que antes, ¿no?
-Sí es que me lo he teñido para parecer más joven, ¿Te gusta?
-Sí, te sienta mucho mejor. Pero abu, ¿por qué estás tan mal maquillada?
-Es que se ha ido la luz, y lo he tenido que hacer casi a oscuras- repuso el hombre maldiciendo ser tan mal maquillador.
Oye abu, ¿por qué no tienes dientes en la boca?
-Es que he perdido la dentadura postiza.
-Pero abu, abu, ¿Por qué tienes la cara tan peluda?- preguntó la niña tímidamente.
-En realidad siempre la tengo así. Pero se me ha roto la maquinilla y no he podido afeitarme.
<<¡Ughhh!- pensó Andrea asqueada.>> Pero de pronto vio algo que brillaba en la mano de su supuesta abuela y empezó a temblar.
-A…a..abu… abu…, ¿po..po..por qué ti..ti enes un cu..cu..chillo afi..filado en la mano? Preguntó mientras daba pequeños pasos hacia atrás.
-De pronto el hombre que había estado disfrazado de su abuela se levantó de golpe de la cama, se abalanzó cuchillo en mano hacia Andrea y…
Horas después llegó la policía. Entraron en la habitación. La escena era terrible: una abuela recién rescatada del armario, una madre de rodillas llorando desconsolada sujetando entre sus brazos el cuerpo inerte de una joven de doce años. La sangre le empapaba el vestido, las manos, y las tablas del suelo cercanas. El arma homicida, un cuchillo con empuñadura de madera reposaba en el suelo a unos metros con la hoja metálica manchada de sangre. Nadie se había atrevido a tocarlo. En una esquina, todavía goteando algo de sangre, se hallaba la cabeza de una niña que un día había ido a visitar a su abuela sin que nadie se hubiera imaginado nunca lo que le deparaba el futuro.







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