El otro día fui a casa de mi amiga Matilde. Ella es rica y por eso tiene televisión. Yo no tengo porque no soy rica. La televisión es una caja en la que hay personas chiquitas que hablan. No se como las meten ahí dentro. Matilde y yo la estuvimos viendo. Vimos un reportaje de astronautas. Los astronautas son personas que se visten con ropas raras y hacen turismo a otros planetas. Si un astronauta se va de vacaciones, pues por ejemplo a la luna, sale en la televisión. Yo no voy mucho de vacaciones, pero cuando voy no salgo en la tele.
jueves, 22 de noviembre de 2012
BEATRIZ Y LOS ASTRONAUTAS
ANDREA, LA ROJA
-Andrea, ¡baja ya a desayunar! Tengo algo importante que decirte
Una chica de pelos marrones con un pijama rojo se revolvió en la cama con sueño.-Mmmhhh ya…aaaa… voy- bostezó mientras buscaba las zapatillas de felpa roja que debían estar en alguna parte del suelo. Como al final no las encontró bajó descalza.
Andrea entró en la cocina y se sentó en la mesa. Cogió la caja de cereales y se echó unos en su bol de cerámica roja.
-¿Qué tenías que decirme?
-Ah, sí… es verdad- contestó su madre despistada- mira, tengo que irme a trabajar y no puedo hacerlo yo, pero como tú tienes fiesta hoy..., bueno, tienes que ir al bosque que está a las afueras de la ciudad, ya sabes, dónde vive mi madr… es decir, la abuela y llevarle esta cesta. Tiene unos bollos caseros y medicinas para su enfermedad. Ah, y ya sabes, en este bosque hay muchos animales salvajes, y algunas personas indeseables. Pero si vas por el camino de tierra no se acercaran a ti. De todas formas, ten el teléfono a mano por si ocurre algo.
-Claro mamá, lo que sea por la abuela.
Y allí estaba ella, media hora después bajando las escaleras del portal de su casa. Vestía con un vestido de algodón rojo, y unas botas altas de cuero rojizo hasta la rodilla. Era invierno, y en esa parte de Francia solía hacer mucho frío, por eso llevaba también un abrigo grueso de color rojo y un gorro del mismo color, que precisamente, le había hecho su abuela.
Andrea cogió el autobús cerca de su casa. Se sabía de memoria el camino hacia casa de su abuela. Lo había hecho millones de veces. Cada tres meses le llevaba medicinas que compraba su madre, ya que no podía moverse hasta la ciudad. Hacía unos años, después de jubilarse, su abuela se había comprado una casa en el bosque, ya que el médico le había dicho que se fuera a vivir al campo porque el aire puro le haría bien a sus pulmones. Andrea siempre había odiado ese vicio de su abuela por fumar, pero por fin ahora habían conseguido que lo dejara.
Cuando llegó a su parada se bajó del autobús y camino por el borde del río Loira durante un rato. Fue a un quiosco cercano y compró el periódico. A su abuela le gustaba estar informada, y por eso se podía tirar horas hablando por teléfono con su nieta, a quién adoraba, quejándose de lo aburrida que era su vida, y lo que echaba de menos el bullicio de la ciudad.
La chica llegó a los límites de la metrópoli y entró en el bosque. De pronto todo el ruido de los coches, la gente hablando y demás desapareció por completo. Ya solo se oía el trino de los pájaros y el silbido del viento pasando a través de los árboles. Andrea empezó a caminar, amaba ese bosque. Parecía el extracto de un mundo maravilloso, pues incluso en invierno había flores. Y precisamente se agachó a recoger unas pocas para dárselas a su abuela, así daría un poco de olor a esa pestilente habitación en la que dormía.
Estaba tan tranquila paseando cuando de repente un hombre barbudo salió de detrás de un árbol y le sonrío con una dentadura ausente. Parecía un mendigo de esos que se refugiaban en el bosque para dormir. Esos de los que su madre le había prevenido tantas veces. Pero Andrea no pensaba en eso, sentía pena por aquel hombre. Y ese intento de sonrisa le había llenado el corazón de esperanza.
<<Qué peludo es este hombre, tiene todo el cuerpo cubierto de pelos>>
-Hola chica, ¿Qué ha llevado a una chica tan guapa como tú a entrar en este bosque tan peligroso, lleno de fieras que podrían arrancarte los ojos por una cesta con tan buen olor?
-Eh…verá usted señor. Yo… voy a casa de su abuela, y en esta cesta tengo medicamentos y bollos caseros para ella.
-Mmmm, si no fuera tan buena persona te robaría uno de esos apetitosos bollos- comentó mientras se relamía los labios.- Por cierto, ¿dónde vive tu abuela?
-En el bosque, tiene una casa en un claro
-Ah, sí, ya me acuerdo, mi cueva está por ahí cerca.
-Bueno, ha sido un placer conocerle señor, pero será mejor que me vaya. Debo volver antes de que amanezca.
-Puedo ayudarte en eso, ves este cruce, tú siempre vas por el camino de la izquierda, ¿verdad?
-Sí, es el único camino que conozco
-Verás, el de la derecha es un atajo que te llevará en la mitad de tiempo.
-Me gustaría utilizarlo, pero es que tengo un poco de miedo ir sola, ¿no podría usted venir conmigo? Además, seguro que usted, como es un adulto puede darle una charla más interesante a mi abuela. No creo que le importe que se quede a merendar.
-Lo siento mucho guapa, es que tengo que pasar por mi cueva para coger una cosa y no puedo acompañarte porque se va por el camino de la izquierda. Pero si quieres nos vemos allí, sólo que tendrás que esperarme, porque ya sabes, voy a tardar más.
-Está bien, bueno, adiós
Andrea emprendió el camino por el sendero de la derecha, y el hombre fue por el de la izquierda. Le había dicho a la niña que era más corto, pero en realidad le había mentido. Ella tardaría más que él. Sin embargo, el hombre quiso asegurarse, y fue corriendo. Cuando llegó a la casa de su abuela llamó al timbre y esperó.
-¿Quién es?- preguntó una voz anciana en algún lugar de la gran mansión.
El hombre puso la voz más aguda que pudo y contestó:
-Soy yo, tu nieta
-¿Y por qué tienes esa voz tan rara?
-Es que he venido corriendo, y estoy jadeando.
-Está bien, pasa.
Se oyó un pitido y la puerta se abrió.
El hombre entró, dejó la puerta abierta, y se puso a rebuscar por todas las habitaciones. Encontró a la abuela tumbada en la cama leyendo. Sin que ella le viera, cogió una manta que había en el suelo, y tapó a la anciana para que no pudiera gritar. La sacó de la cama, la metió en el armario, y cerró con llave. Luego, rápidamente, antes de que viniera Andrea, cogió un camisón, se metió unos cojines de relleno, se maquilló como una mujer, se puso una peluca que había cogido de su cueva, un gorro de dormir y se tumbó en la cama con el libro.
Un rato después llegó Andrea. No vio al hombre, y pensó que aún no había llegado. Al ver la puerta abierta entró y fue al dormitorio de su abuela para esperarle allí.
-Hola abu- exclamó mientras se acercaba a darle un beso.
-No, no, no te acerques, estoy enferma y no quiero contagiarte nada.
-Um, vaya, ojala te mejores pronto. Por cierto. Te he traído unas medicinas y unos bollos caseros que ha hecho mi madre para ti.
-Qué amable por su parte…
-Oye abu, tienes el pelo más oscuro que antes, ¿no?
-Sí es que me lo he teñido para parecer más joven, ¿Te gusta?
-Sí, te sienta mucho mejor. Pero abu, ¿por qué estás tan mal maquillada?
-Es que se ha ido la luz, y lo he tenido que hacer casi a oscuras- repuso el hombre maldiciendo ser tan mal maquillador.
Oye abu, ¿por qué no tienes dientes en la boca?
-Es que he perdido la dentadura postiza.
-Pero abu, abu, ¿Por qué tienes la cara tan peluda?- preguntó la niña tímidamente.
-En realidad siempre la tengo así. Pero se me ha roto la maquinilla y no he podido afeitarme.
<<¡Ughhh!- pensó Andrea asqueada.>> Pero de pronto vio algo que brillaba en la mano de su supuesta abuela y empezó a temblar.
-A…a..abu… abu…, ¿po..po..por qué ti..ti enes un cu..cu..chillo afi..filado en la mano? Preguntó mientras daba pequeños pasos hacia atrás.
-De pronto el hombre que había estado disfrazado de su abuela se levantó de golpe de la cama, se abalanzó cuchillo en mano hacia Andrea y…
Horas después llegó la policía. Entraron en la habitación. La escena era terrible: una abuela recién rescatada del armario, una madre de rodillas llorando desconsolada sujetando entre sus brazos el cuerpo inerte de una joven de doce años. La sangre le empapaba el vestido, las manos, y las tablas del suelo cercanas. El arma homicida, un cuchillo con empuñadura de madera reposaba en el suelo a unos metros con la hoja metálica manchada de sangre. Nadie se había atrevido a tocarlo. En una esquina, todavía goteando algo de sangre, se hallaba la cabeza de una niña que un día había ido a visitar a su abuela sin que nadie se hubiera imaginado nunca lo que le deparaba el futuro.
VIOLETA PASEA POR GRAN VÍA
LA MANSIÓN DE LA ESPERANZA
VIOLETA EN CASA DE SU AMIGA
PRIORIDADES
MÚSICA EN EL METRO
Ese sábado, Iciar se levantó por la mañana y decidió que aquel día todo iba a cambiar.
PIENSA EN MÍ
Querido Jaime:
MISOREN
METAMORFOSIS
LUZ
Luz saltó sobre una nube, cogió al príncipe Tod del brazo y saltó sobre la alfombra mágica que se encontraba a medio metro de distancia. Fue volando en ella hasta el dormitorio del palacio. Tumbada en la cama estaba Felicia, la princesa.
LA CASA DEL PINTOR
Llamé al timbre de la puerta antigua. Una musiquilla con un tono melancólico sonó.
ENGAÑO Y TRAICIÓN
Una calle, un niño, una furgoneta, un agarrón, un sedante, una llamada, una lágrima, uno menos.
EL PASILLO DE LAS MIL PUERTAS
Laura y Sara corrían por el pasillo. Era un pasillo deforme e interminable, a ambos lados, miles de puertas de distintos tamaños, formas y colores iban apareciendo a medida que ellas corrían. Llegaron al final del pasillo. Ante ellas se extendía un profundo precipicio. Las dos dirigieron la mano al mismo pomo de la misma puerta. Una redonda, azul y cubierta de pelo que olía a mar. Estaba cerrada. Laura sacó una llave azul del gran bolsillo de su vestido y la metió en la cerradura con forma de pez. La abrió y se metieron corriendo por ella. Agua. Peces. Conchas. Algas. Se encontraban en el fondo del mar. Echaron a correr, hasta llegar a una alambrada. En ella un gran cartel metálico con los bordes oxidados rezaba “Sólo animales marinos”. Nadaron por encima de la verja y cruzaron al otro lado. Siguieron corriendo hasta que llegaron al gimnasio. Entraron. Allí, una infinidad de peces y otros animales marinos se ejercitaban con complicadas máquinas. A un pulpo se le cayó una de las pesas que estaba utilizando, y esta rodó hasta pararse delante de un espejo. Sara la siguió con la mirada. Miró al espejo, allí estaba. <<Papá>> susurró. Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y sacó una llave transparente. La introdujo en una grieta en el cristal y le dio dos vueltas. Este empezó a ablandarse. Y por fin, un hombre con una llave de oro colgada del cuello salió sonriendo e la prisión en la que había estado encerrado tantos años.
EL LIBRO PROHIBIDO
Estaba asustado, nervioso, algo traumatizado cuando llegué. Era la primera vez que veía a mi abuelo materno. Cuando fue a recogerme a la comisaría de Londres para llevarme con él yo no estaba digamos muy conversador. Mis padres acababan de morir en un accidente de avión. Mi padre era arqueólogo y mi madre fotógrafa. Viajaban juntos alrededor del mundo. Yo siempre me quedaba solo en casa. Nunca más de una semana. Y cuando volvían siempre me llevaban al circo, para compensar el tiempo perdido. Habían prometido que cuando cumpliera catorce años me llevarían con ellos. Jamás pudieron cumplir su promesa. Lo único que me quedaba de ellos era una llave que al parecer mi madre me había regalado cuando no era más que un bebé. Todo lo demás lo había dejado en casa. Mi abuelo George no me había dejado coger nada. No teníamos tiempo, pues debíamos coger el avión a Irlanda. Me llevó a su casa, una gigantesca mansión en el campo en la que vivía prácticamente solo. Las únicas personas del servicio que dormían allí eran el ama de llaves y el jardinero. Era un antiguo palacio con grandes salones, numerosas habitaciones, frondosos jardines y una gigantesca biblioteca con cientos de estanterías repletas de libros. Y ahí, en esa gran habitación fue donde empezó todo. Yo solía pasarme las tardes en la biblioteca leyendo, ya que no había muchas otras actividades con las que distraerse. Mis libros favoritos eran los del área destinada a la fantasía. Cuando terminé el libro que estaba leyendo “Alicia en el país de las maravillas” fui a dejarlo en su sitio. Al ponerlo, la madera de la balda se hundió y sonó un tintineo metálico. Tras una serie de sonidos de engranajes y otras piezas de maquinaria, oí un ruido en la mesa de lectura más cercana a mí. Un cajón de madera se había abierto saliendo de donde estaba escondido, dentro del grueso tablón. Saqué lo que había dentro y cerré el cajón, que volvió a esconderse como si nunca hubiera sido abierto. Observé lo que tenía en la mano, un objeto rectangular envuelto en un pañuelo de tela. Lo puse encima de la mesa y lo destapé. Era un libro de tapas duras cubiertas de cuero. Una cintas rojas lo cerraban con un pegote de lacre con las letras GO: Probablemente las iniciales de mi abuelo. Rompí el lacre y quité las cintas. Una segunda protección lo cerraba, en el lado opuesto al lomo, un candado lo protegía de ser leído. Estaba claro que yo no poseía la llave, o tal vez sí. Por probar no pasaba nada. Cogí la llave de mi madre, que siempre llevaba colgando del cuello y la metí dentro de la pequeña cerradura. Abría el libro, de pronto una brisa procedente de él me golpeó en la cara. Un olor a flores frescas me entró por la nariz y me sentí absorbido por el libro. Aparecí en un bosque, y caí de rodillas al suelo. Me levanté y me sacudí el polvo. Oí un ruido entre los arbustos y dirigí allí mi mirada. Numerosos ojos de distinto tamaño se abrían y se cerraban entre las hojas. De pronto los dueños de aquellos ojos salieron de ente los matorrales. Hadas, duendes, gnomos, enanos, ninfas, sílfides y otras muchas criaturas de cuento salieron de entre las ramas. Todos a la vez se arrodillaron en el suelo.
EL ESCRITOR
Fernando se sentó en su sillón púrpura y conectó el ordenador. Abrió el documento donde se encontraba la novela que había empezado hacía unos meses y comenzó a escribir.
DIAMANTE
Edna estaba apoyada en la barandilla mirando el mar. ¡Qué azul era! Esa gran masa de agua era una de las pocas cosas que la relajaba. Olía a sal, a algas y a peces, sin embargo, amaba esa fragancia. Nada que ver con el olor que acababa de dejar al salir del barco. Todos los perfumes que las personas que allí había se habían echado, para disimular su olor personal, un olor tan sólido que se podía cortar con un cuchillo. Por eso odiaba viajar en barco, aunque le encantaba el mar, pero era necesario para su trabajo. Debía robar el diamante que esa noche exponían en el salón principal. No debía entretenerse más con el agua que la rodeaba, no la pagaban para oler.
CADÁVER EXQUISITO
La mujer quedó flotando en el mar
CARTA DE VIOLETA A SU PRIMA AMANDA
Querida prima Amanda.
ASESINATO GATUNO
Anotaciones
sábado, 17 de noviembre de 2012
PUNTUALIDAD
Ya llego tarde. No debería haber llevado a Luis a su trabajo. “Estación Callao”. Por fin. Los escalones se me clavan en los pies por la velocidad. Mierda. Me he chocado. Me doy en la rodilla con un escalón. ¡Ah! Cómo me duele. El maletín. Mierda. Se me han caído algunas cosas. Niño idiota. Ahí están las siguientes escaleras. Nunca había corrido tan deprisa. Mi jefe me va a matar. Tengo que ir a ver esa película. Mañana voy. Resbalo. Odio estos zapatos. No puedo parar. Joder. Me caigo a la vía del metro. No puedo salir. Me duele la rodilla. Estúpido niño. Viene el metro. Elena también suele taparse la boca con las manos como esa señora. Voy a morir. Noto la cara húmeda. Estoy llorando. No podré recoger a Luis del trabajo. Nunca veré esa película. Elena tendrá que cuidar sola a Marcos. Hecho a correr. Caigo al suelo. Ahí está. Cinco metros. Dos metros. Un metro. 50 cm. 20cm. 10cm. 5cm. Ya
PATO LAQUEADO DE BEIJING
He quedado a comer con mi jefe. Le apasiona la cocina exótica, así que hemos ido al restaurante más extraño de la ciudad. He accedido a que él elija la comida. Espero no tener que arrepentirme.
MYKONOS, GRECIA
Grandes Civilizaciones II
LLAVES
Luis se despertó en una habitación muy grande. No lograba recordar cómo había llegado allí. Se dispuso a observar la sala. Estaba decorada de una forma muy curiosa: estanterías con forma de caracol, lámparas con luces de colores, alfombras de estampados luminosos…
LAS GAFAS DE LOS ALIENÍGENAS
En unos instantes iban a aterrizar en la Tierra. Su nave se posó en un claro del bosque, haciendo que algunos árboles salieran volando por el viento que producía.
LOS LADRONES DE IDEAS
Poca gente conoce a los ladrones de ideas, y menos aún sabe qué hacen. Pero yo os lo diré. Se meten en tu cerebro por las orejas para robarte las buenas ideas, las ideas productivas. ¿Por qué? Eso sí que nadie lo sabe. Puede que ni ellos mismos sepan por qué lo hacen. ¿Qué hacen con las ideas? Posiblemente nunca lo sabremos. Lo que sí os puedo decir es que son como diablillos, no más grandes que un vaso, con alas membranosas y espadas puntiagudas, con las que te pinchan en el cerebro absorbiéndote ideas. No tienen cara, solo una esférica cabeza azul completamente lampiña que se ilumina con cada nueva idea.
viernes, 16 de noviembre de 2012
EL LIMONERO
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Invierno (1573), Giuseppe Arcimboldo, Museo del Louvre, París. |
lunes, 12 de noviembre de 2012
LA COSTURERA